El Evangelio del Hijo pródigo que acabamos de escuchar nos da un testimonio maravilloso de la misericordia de Dios-Padre.
La primera parte de la parábola muestra la conducta pecadora y penitente de hijo menor. Hay que ver que fuertes fueron sus pecados contra el Padre.
Por la pretensión de recibir su parte de la fortuna paternal, rompe sus relaciones filiales con el padre. Porque según las leyes judías esta pretensión era imposible e insolente. Al hijo pródigo le falta así totalmente el amor y la obediencia a su padre.
Y después emigra con su parte de la fortuna paterna y la malgasta hasta el último centavo.
Bajo el peso de esta culpa, hay que ver la actitud del padre: El padre no deja que el hijo haga todo el camino, sino que sale a su encuentro. Tampoco le deja terminar su acusación, ni le reprocha nada.
Sino lo besa como signo de perdón. Le da sandalias, que distinguen al libre del criado. Hace vestirlo con el mejor traje, como honor extraordinario. Y le regala, incluso, un anillo - expresión del poder que le confiere. Así le sigue considerando como hijo y celebra con una fiesta su vuelta a la casa.
En el padre de esta parábola, Cristo quiere mostramos la imagen de Dios Padre. Y esta actitud del Padre celestial se puede comprender sólo desde su amor paternal. Porque sabemos que todo el actuar de Dios es motivado y conducido por amor y mediante amor.
Pero nosotros, quizás, confiamos demasiado en el amor justiciero de Dios: que Él nos ama en razón de nuestros esfuerzos y méritos propios. Contamos con nuestro ser bueno, para recibir el amor de Dios, para recibir nuestra recompensa bien merecida.
Pero cuando somos sinceros, debemos declaramos como ?siervos inútiles? (Mt 25, 30). Así debemos reconocer siempre de nuevo que somos pecadores, que quedamos con nuestras limitaciones y debilidades, que no logramos superarlas a pesar de todos nuestros esfuerzos. Entonces comprendemos que tenemos que vincular nuestra miseria personal con la misericordia de Dios.
Porque lo más profundo del amor paternal de Dios es su misericordia. Él ama a sus hijos no tanto por sus méritos, sino porque es Padre. Él no quiere más que amar a sus hijos sin límites.
Un verdadero padre no abandona, cuando uno de los suyos está en la miseria. Al contrario, entonces lo ama con preferencia, porque sabe que necesita del padre, sobre todo en esa situación difícil. Así lo hace el padre en la parábola con su hijo perdido. Así lo hace el Padre celestial con nosotros, sus hijos.
No quiere decir que nosotros mismos no debamos esforzarnos - pero no tengamos por demasiado importante nuestra propia obra. En el fondo sólo es importante el amor de Dios, su misericordia y su perdón paternal. Por eso, también la parábola del hijo pródigo debiera llamarse mejor ?parábola del Padre misericordioso?.
Para que Dios pueda actuar, Él exige de nosotros una condición, tal como lo hizo el hijo en la parábola: Que conozcamos y reconozcamos en humildad nuestra culpa; que nos arrepintamos de nuestros pecados y faltas; que confiemos en la misericordia de Dios; que volvamos a la casa del Padre. Es la misma actitud que el sacramento de la confesión pide de nosotros.
Así entendemos que la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso es la parábola e historia de la vida humana, la parábola e historia de nuestra propia vida: de nuestra miseria y de la misericordia de Dios para con nosotros.
Tenemos un Padre tan bueno en el cielo quien nos ama a pesar de toda nuestra debilidad, más aún: quien nos ama a causa de nuestra debilidad.
Volvamos, por eso, filialmente hacia ese Padre tan bueno, entreguémonos sin reservas a Él, pongamos nuestras vidas en sus manos misericordiosas. Entonces Él nos acogerá de nuevo como sus hijos predilectos y nos hará experimentar su fidelidad, su amor y su generosidad sin límites.
Queridos hermanos, ese sabernos y sentirnos hijos de Dios Padre es un regalo, una gracia de Dios. Es una gracia que sólo el Espíritu Santo puede darnos. Él es el Espíritu de la filiación. Él nos regala un amor profundo, sencillo y humilde al Padre.
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