Jung - Lo Inconsciente - Prólogo y Capítulo 1
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Lectura del artículo de Jung sobre la psicología de lo inconsciente.
Aquí adjunto el texto:
C. G. Jung: Lo inconsciente
LO INCONSCIENTE EN LA VIDA PSÍQUICA NORMAL Y PATOLÓGICA
TRADUCCIÓN DE EMILIO RODRÍGUEZ SADIA
Ed. Losada, Buenos Aires
Revisión & corrección por Enrique Eskenazi
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
El presente trabajo procede de una revisión de mi artículo Nuevas rutas de la Psicología, publicado en el Anuario de Rascher en 1912, revisión hecha a instancias del editor para una segunda tirada. No es, pues, el trabajo presente sino el anterior artículo, aunque en otra forma y con mayor extensión. En el artículo me limitaba a la exposición de una parte esencial de la concepción psicológica, inaugurada por Freud. Las muchas y considerables modificaciones que los últimos años han traído a la psicología de lo inconsciente, me han obligado a ampliar notablemente el marco de mi primer artículo. Algunas dilucidaciones sobre Freud han sido abreviadas; en cambio, he tomado en consideración la psicología de Adler y, en cuanto lo ha permitido el marco del presente trabajo, he expuesto también mis propias apreciaciones, como orientación general. He de advertir al lector, por adelantado, que no se trata de un estudio popular de divulgación científica, como mi primer artículo, sino de una exposición que, por su asunto extraordinariamente complicado, exige paciencia y atención. No acaricio la idea, en modo alguno, de que este trabajo sea completo o convincente con perfección. A tal exigencia sólo podrían responder extensos tratados científicos sobre los distintos problemas tocados en este estudio. Quien pretenda, por lo tanto, penetrar a fondo en las cuestiones planteadas, ha de recurrir a la bibliografía especial. Mi propósito es meramente dar al lector una orientación sobre las novísimas interpretaciones de lo que es la esencia de la psicología inconsciente. Considero el problema de lo inconsciente tan importante y oportuno, que sería, a mi juicio, una gran pérdida que este problema, que tan de cerca atañe a todo el mundo, quedase confinado a un periódico científico inaccesible y sustraído a la consideración del público ilustrado, para llevar una oscura existencia de papel en el estante de una biblioteca. Los procesos psicológicos que acompañan a la guerra actual, sobre todo la increíble barbarización del juicio general, las recíprocas calumnias, la insospechada Furia destructora, la incesante ola de mentiras y la incapacidad de los hombres para contener al demonio de la sangre, son los estímulos más adecuados para poner con vivacidad ante los ojos del hombre pensador el problema de lo inconsciente caótico, que dormita inquieto bajo el mundo ordenado de lo consciente. Esta guerra ha demostrado, inexorablemente, al hombre culto, que todavía es un salvaje, y al mismo tiempo le ha puesto delante el látigo de hierro que le está aparejado, si por ventura se le ocurriera de nuevo imputar a sus prójimos sus propias maldades. Pero la psicología del individuo corresponde a la psicología de las naciones. Lo que las naciones hacen, eso hace el particular, y en tanto lo hace el particular, hácelo también la nación. Sólo el cambio en la actitud del individuo inicia el cambio en la psicología de la nación. Los grandes problemas de la humanidad nunca se resolvieron por leyes generales, sino siempre únicamente por renovación de la actitud del individuo. Si ha habido un tiempo en que la meditación interior fuera de absoluta necesidad y de extrema conveniencia, es, sin duda, en nuestra época actual, preñada de catástrofes. Ahora bien; todo aquel que medite en su fuero interno tocará en las fronteras de lo inconsciente, que es precisamente donde está lo que ante todo hace falta saber.
EL AUTOR
Küsnach (Zürich), diciembre de 1916.
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Celebro que a este corto trabajo le haya cabido la suerte de alcanzar en tan breve tiempo una segunda edición, a pesar de su contenido, no muy fácil de entender para muchos. Publico la segunda edición sin cambio alguno esencial, exceptuando pequeñas modificaciones y correcciones, aun cuando me consta que, sobre todo los últimos capítulos, para ser universal y fácilmente comprensibles, necesitarían un desenvolvimiento mucho más amplio, por la dificultad y novedad de la materia. Pero una exposición más detenida de las líneas fundamentales allí trazadas rebasaría el marco de una orientación más o menos popular; de suerte que he preferido analizar estas cuestiones, con el detenimiento a ellas debido, en un libro especial, que se halla en preparación.
Por las muchas cartas que recibí después de la publicación de la primera edición, he podido apreciar que el interés hacia los problemas del alma humana es, en el gran público, mucho más hondo de lo que yo esperaba. Este interés ha de atribuirse, no en mínima parte, a la profunda conmoción que nuestra conciencia ha sufrido con el hecho de la guerra mundial. La contemplación de esta catástrofe obligó al hombre a recogerse sobre sí mismo en el sentimiento de su total impotencia. Vuelve el hombre los ojos hacia dentro, y, como todo vacila, busca algo que le preste apoyo. Son demasiados todavía los que inquieren en lo externo: unos creen en el engaño de la victoria y del poderío triunfador; otros en tratados y leyes, y, por último, otros, en la destrucción del orden establecido. Son demasiado pocos todavía los que se orientan hacia lo interno, hacia sí propios. Y todavía son menos los que se plantean la cuestión de si la mejor manera de servir a la sociedad humana no sería, en último término, que cada cual comenzase por sí mismo y ensayase, primero aisladamente, en su persona y en su propio estado interior, aquella suspensión del orden establecido, aquellas leyes, aquellas victorias que pregona por encrucijadas y caminos, en lugar de exigir todo esto a sus conciudadanos. A todo el mundo le hace falta transformación, dislocación interna, liquidación de lo existente y renovación; pero nadie ha de cargar el peso sobre sus conciudadanos bajo el hipócrita subterfugio del cristiano amor al prójimo o del sentimiento social de responsabilidad y otros oropeles que encubren el inconsciente afán personal de poderío. La meditación del individuo sobre sí mismo, la conversión del individuo hacia el fondo del ser humano, hacia su propio ser, hacia su destino individual y social, es el principio para la curación de la ceguera que padece la hora presente.
El interés por el problema del alma humana es un síntoma de esta conversión instintiva hacia dentro. Y a este interés trata de servir el presente estudio.
EL AUTOR
Küsnach (Zürich), octubre de 1918.
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN
Este libro fue escrito durante la guerra europea y debe su origen esencialmente a la repercusión psicológica del gran acontecimiento. Ahora ya pasó la guerra y lentamente comienza el oleaje a componerse. Pero los grandes problemas del alma que la guerra planteó siguen preocupando el espíritu de todos los hombres pensadores e investigadores. A esta circunstancia se debe quizá que este pequeño estudio haya sobrevivido a la época de postguerra y aparezca en tercera edición. Teniendo en cuenta que desde la publicación de la segunda edición han transcurrido siete años, he considerado necesario introducir extensas modificaciones y correcciones, sobre todo en los capítulos sobre los tipos psicológicos y sobre lo inconsciente. He suprimido el capítulo sobre "el desarrollo de los tipos en el proceso analítico", porque esta cuestión ha sido tratada después extensamente en mi libro Tipos psicológicos, al cual me remito.
Quienquiera que haya intentado escribir en forma popular sobre una materia sumamente complicada y todavía en gestación científica, habrá de concederme que no es tarea fácil. Pero la dificultad se acrecienta más aún por el hecho de que muchos de los procesos y problemas anímicos, que he de tratar aquí, son poco accesibles a la experiencia general y desde luego completamente desconocidos para muchos. Muchas cosas tropiezan también quizá con prejuicios o pueden parecer arbitrarias; mas ha de tenerse en cuenta que la finalidad de un estudio semejante consiste, a lo sumo, en dar un concepto aproximado de su materia y despertar con ello el interés, pero nunca discurrir y aducir pruebas sobre todos los detalles. Por mi parte, me daré por satisfecho si mi libro ha cumplido con esta finalidad.
EL AUTOR
Küsnach (Zürich), abril de 1925.
CAPÍTULO PRIMERO - LOS COMIENZOS DEL PSICOANÁLISIS
Como todas las ciencias, también la psicología ha pasado por una época escolástico-filosófica, que en parte todavía llega hasta el presente. A esta clase de psicología filosófica puede hacérsele el reparo de que decide ex cathedra cómo el alma ha de estar acondicionada y qué propiedades le convienen en esta y en la otra vida. El espíritu de la moderna investigación ha dado al traste con estas fantasías y ha introducido en su lugar un método empírico exacto. Así ha nacido la actual psicología experimental o "psico-fisiología", como los franceses la llaman. El padre de esta tendencia fue el espíritu dualista de Fechner, que con su psico-física (1860) corrió la aventura de aplicar orientaciones físicas a la interpretación de fenómenos psíquicos. Este pensamiento fue muy fecundo. Contemporáneo (más joven) de Fechner y, bien podemos afirmarlo, completador de su obra, fue Wundt, cuya gran erudición, capacidad de trabajo e inventiva para los métodos de investigación experimental, han creado la dirección de la psicología actualmente en vigor. La psicología experimental fue por decirlo así, hasta los últimos tiempos, esencialmente académica. El primer ensayo serio de utilizar, por lo menos, uno de sus muchos métodos experimentales para la psicología práctica, procedió de los psiquiatras de la antigua escuela de Heidelberg (Kraepelin, Aschaffenburg, etc.): pues, como se comprende, el médico de las almas siente la urgente necesidad de conocer exactamente los procesos psíquicos. En segundo término, fue la pedagogía la que recurrió a la psicología. Así ha resultado modernamente una "pedagogía experimental", en la que se han distinguido, en Alemania particularmente, Meumann, y en Francia, Binet.
El médico, el llamado "neurólogo", necesita con apremio conocimientos psicológicos, si ha de ser efectivamente útil a sus enfermos nerviosos; pues los trastornos nerviosos, y desde luego todo lo que se conoce con el nombre de "nerviosismo", histeria, etc., son de origen anímico, y exigen, como es lógico, tratamiento anímico. El agua fría, la luz, el aire, la electricidad, etc., obran pasajeramente y, en muchos casos, ni aún obran en absoluto. Con frecuencia son indignos artificios, calculados solamente para un efecto sugestivo. Pero donde el enfermo padece es en el alma; y aun en las más complicadas y altas funciones del alma, que apenas se atreve nadie a situar en la esfera de la medicina. Así, pues, el médico ha de ser también psicólogo, es decir, conocedor del alma humana. No puede el médico desentenderse de esta necesidad. Naturalmente recurre a la psicología porque su manual de psiquiatría nada le dice sobre el particular. Pero la psicología experimental de hoy está muy lejos de ilustrarle de una manera comprensiva sobre los procesos prácticamente más importantes del alma. Su objeto es, efectivamente, otro distinto. La psicología trata de aislar y estudiar aisladamente los procesos más sencillos y elementales posibles, que se hallan en la frontera de lo fisiológico. No acoge lo infinitamente variable y movedizo de la vida individual del espíritu; por eso sus conocimientos y datos son, en lo esencial, detalles y carecen de cohesión armónica. Quien desee, por lo tanto, conocer el alma humana, no podrá aprender nada, o casi nada, de la psicología experimental. A este tal habría que aconsejarle más bien que se despoje de la toga doctoral, que se despida del gabinete de estudio y que se vaya por el mundo con humano corazón a ver los horrores de los presidios, manicomios y hospitales; a contemplar los sórdidos tugurios, burdeles y garitos; a visitar los salones de la sociedad elegante, las Bolsas, los meetings socialistas, las iglesias, los conventículos de las sectas para experimentar en su propio cuerpo el amor y el odio, la pasión en todas sus formas; y así volvería cargado con más rica ciencia de la que pueden darle gruesos tomos y podría ser entonces médico de sus enfermos, verdadero conocedor del alma humana. Hay, pues, que perdonarle, si no concede gran atención a las llamadas "piedras angulares" de la psicología experimental. Pues entre aquello que la ciencia llama psicología, y lo que la práctica de la vida diaria espera de la "psicología", hay una sima profunda. Esta deficiencia fue precisamente el origen de una psicología nueva. Debemos esta creación, en primer término, a Sigmund Freud, de Viena, médico genial e investigador de las enfermedades funcionales de los nervios.
Bleuler ha propuesto el nombre de "psicología profunda" para indicar verbalmente que la psicología de Freud se ocupa de las profundidades o fondos del alma, que también se designan con el nombre de lo inconsciente. Freud, por su parte, sé limitó a denominar el método de su investigación psicoanálisis.
Antes de entrar en una exposición detallada del tenia mismo, hay que decir algo sobre su posición respecto de la ciencia precedente. Asistimos aquí a un espectáculo interesante, en el que una vez más se cumple la observación de Anatole France: Les savants ne sont pas curieux. El primer trabajo de importancia (1) en este terreno apenas despertó escasa resonancia, a pesar de que aportaba una concepción enteramente nueva de las neurosis. Algunos autores se expresaron sobre él con aplauso, y a vuelta de hoja siguieron exponiendo sus casos de histerismo a la antigua usanza. Procedían, sobre poco más o menos, como si se reconociese con elogio la idea o el hecho de la forma esférica de la tierra, y se continuase tranquilamente representando la tierra como un disco. Las siguientes publicaciones de Freud pasaron enteramente inadvertidas, aun cuando para el campo de la psiquiatría aportaban observaciones de inmensa trascendencia. Cuando Freud, en el año 1900, escribió la primera verdadera psicología del sueño (antes dominaba en este campo la adecuada oscuridad nocturna), se empezó por sonreír; y cuando a mediados del último decenio empezó a explicar la psicología de la sexualidad, la risa se trocó en cólera. Por cierto que esta tormenta de indignación no fue lo que menos contribuyó a dar publicidad extraordinaria a la psicología de Freud, notoriedad que se extendió muy por encima de los límites del interés científico.
Examinemos, pues, más detenidamente esta nueva psicología. Ya en los tiempos de Charcot se sabía que el síntoma neurótico es "psicógeno", es decir, que procede del alma. Se sabía también, especialmente gracias a los trabajos de la escuela de Nancy, que todo síntoma histérico puede producirse también por sugestión, de una manera exactamente igual. Pero no se sabía cómo procede del alma un síntoma histérico; las dependencias causales psíquicas eran totalmente desconocidas. A principios del año 80, el doctor Breuer, un viejo médico práctico de Viena, hizo un descubrimiento, que fue propiamente el comienzo de la nueva psicología. Tenía una joven enferma, muy inteligente, que sufría de histeria, entre otros con los siguientes síntomas: padecía una paralización espástica (rígida) del brazo derecho; sufría de cuando en cuando "ausencias" o estados de delirio; también había perdido la facultad del habla, en el sentido de que no disponía ya del conocimiento de su lengua materna, sino que solamente podía expresarse en inglés (la llamada afasia sistemática). Pretendíase a la sazón, y aún se pretende, establecer teorías anatómicas de estas perturbaciones, aun cuando en las localizaciones cerebrales de la función braquial no existía perturbación alguna, como no existe en el centro correspondiente de un hombre normal. La sintomatología de la histeria está llena de imposibilidades anatómicas. Una señora que había perdido completamente el oído por una afección histérica, solía cantar con frecuencia. Una vez, mientras la paciente entonaba una canción, su médico se puso disimuladamente al piano y la acompañó con suavidad; en la transición de una estrofa a otra cambió de repente el tono, y la enferma, sin advertirlo, siguió cantando en el nuevo tono. Por lo tanto: la enferma oye y... no oye. Las distintas formas de ceguera sistemática ofrecen fenómenos parecidos. Un hombre padece una ceguera completa histérica; en el curso del tratamiento recobra su facultad visual, pero al principio y durante largo tiempo, sólo parcialmente; lo ve todo, excepto las cabezas de los hombres. Ve, por consiguiente, a las personas que le rodean, sin cabeza. Por lo tanto, ve y... no ve. Después de una gran cantidad de experiencias semejantes se llegó, hace ya mucho tiempo, a la conclusión de que sólo la conciencia de los enfermos es la que no ve y no oye, pero que la función sensorial se halla en perfecto estado. Esta realidad se opone abiertamente a la existencia de una perturbación orgánica, que siempre acarrea esencialmente el padecimiento de la función misma.
Volvamos, después de esta digresión, al caso de Breuer. No existían causas orgánicas de la perturbación; por lo tanto, el caso debía ser interpretado como histérico, es decir, psicógeno. Breuer había observado que, cuando hallándose la paciente en estados artificiales o espontáneos de delirio, la inducía a contar las fantasías o reminiscencias que se le iban ocurriendo, su estado se aliviaba luego durante algunas horas. Esta observación la utilizó metódicamente para el tratamiento ulterior. Para este medio curativo, la paciente inventó la frase del "talking cure" (cura parlante), o jocosamente también "chimney sweeping" (deshollinar). La paciente había enfermado al cuidar a su padre, mortalmente enfermo. Como se comprende, sus fantasías versaban principalmente sobre aquella época de excitación. Las reminiscencias de aquel tiempo se presentaban en los estados de delirio con fidelidad fotográfica, y con tanta lucidez, hasta el último detalle, que bien puede asegurarse que la memoria en vigilia nunca hubiera podido reproducirlas con igual plasticidad y exactitud. (A esta exacerbación de la facultad recordativa, que se presenta no pocas veces en los estados de conciencia reducida, se llama "hiperemnesia".) Sucedieron cosas muy curiosas. Una de las muchas narraciones era, poco más o menos, como sigue:
"Una vez velaba la enferma por la noche, con gran angustia, en torno a su padre, atacado de alta fiebre. Hallábase en gran tensión, porque estaba esperando de Viena a un cirujano para que le operara. La madre se había alejado por algún tiempo, y Ana (la paciente) se sentó junto a la cama del enfermo con el brazo derecho puesto sobre el respaldo del sillón. Cayó en un estado de semisueño y vio cómo de la pared se acercaba al enfermo una serpiente negra para morderle. (Es muy verosímil que en el prado de detrás de la casa hubiera efectivamente algunas serpientes que hubieran asustado ya antes a la muchacha y que ahora proporcionaban el material para la alucinación.) Quiso ella apartar el bicho, pero estaba como paralizada; el brazo derecho, colgando sobre el respaldo del sillón, estaba 'dormido', anestético y parético, y cuando lo miró los dedos se le convirtieron en pequeñas serpientes con calaveras por cabeza. Probablemente hizo esfuerzos por ahuyentar la serpiente con la mano derecha paralizada, y por eso la anestesia y paralización de la misma se asocio con la alucinación de la serpiente. Cuando el reptil desapareció, quiso rezar, en su angustia; pero no encontró idioma, no pudo hablar en ninguno; hasta que, por último, dio con un verso infantil inglés, y ya en este idioma pudo continuar y rezar".
Esta fue la escena en que se produjo la parálisis y la perturbación en la función verbal. La narración de esta escena tuvo por resultado la desaparición de esa perturbación verbal. Y del mismo modo se consiguió, al parecer, la curación total de la enferma.
He de contentarme aquí con este solo ejemplo. En el citado libro de Breuer y Freud se hallará una multitud de ejemplos parecidos. Se comprende que escenas de esta naturaleza han de ser muy activas e impresionantes; por eso se propende a concederles también valor causal en la producción del síntoma. La concepción que entonces dominaba en la teoría del histerismo, la concepción del "choque nervioso", nacida en Inglaterra y por Charcot patrocinada enérgicamente, era apropiada para explicar el descubrimiento de Breuer. De aquí resultó la llamada teoría del trauma, según la cual el síntoma histérico (y, en cuanto los síntomas constituyen las enfermedades, la histeria misma) procede de lesiones anímicas (tráumata), cuya impresión persevera inconscientemente durante años. Freud, que al principio fue colaborador de Breuer, pudo confirmar ampliamente este descubrimiento. Se demostró que ninguno de los numerosos síntomas histéricos procede de la casualidad, sino que siempre es producido por acontecimientos anímicos. En este sentido la nueva concepción abría ancho campo al trabajo empírico. Pero el espíritu investigador de Freud no pudo permanecer mucho tiempo en esta superficie, pues ya se le presentaban problemas más hondos y dificultosos. Es evidente que esos momentos de violenta angustia, tales como los que experimentó la paciente de Breuer, pueden dejar una impresión duradera. ¿Pero cómo explicar que se experimenten tales momentos, que al fin y al cabo ostentan claramente el cuño de lo enfermizo? ¿Hubo de producir aquel resultado el angustioso velar al enfermo? En ese caso habrían de suceder con mucha más frecuencia cosas parecidas, pues desgraciadamente es cosa frecuente el atender con angustia muchas veces a los enfermos, y el estado nervioso de la enfermera no siempre está en punto de salud. A este problema hay en medicina una respuesta curiosa; se dice: "La x en el cálculo es la disposición"; para estas cosas está uno "dispuesto". Pero el problema de Freud fue este otro: "¿En qué consiste la disposición?" Esta pregunta conducía lógicamente a una investigación de la prehistoria del trauma psíquico. Se ve frecuentemente cómo ciertas escenas incitantes obran de manera muy diversa en distintas personas, o cómo cosas que para uno son indiferentes y aun agradables, infunden a otro la mayor aversión; pongamos por ejemplo las ranas, las serpientes, los ratones, los gatos, etc. Hay casos en que mujeres que asisten tranquilamente a operaciones sangrientas, no pueden rozarse con un gato sin temblar de angustia y asco en todos sus miembros. Yo conozco el caso de una joven que cayó en un estado de fuerte histerismo a causa de un susto repentino. Había estado una noche en sociedad, y a eso de las doce volvía a su casa en compañía de varios conocidos, cuando de repente se precipitó por detrás un coche a trote rápido. Los demás se apartaron, pero ella, constreñida por el miedo, permaneció en medio de la calle y echó a correr delante de los caballos. El cochero restalló el látigo, renegando; no consiguió nada. La señora siguió corriendo por la calle abajo, hasta llegar a un puente. Allí la abandonaron las fuerzas, y, para no caer debajo de los caballos, en la suprema desesperación, quiso saltar al río, pero pudo ser contenida por algunos transeúntes. . . Esta misma señora se encontraba incidentalmente en San Petersburgo, durante el sangriento día 22 de enero, en una calle que precisamente estaban "limpiando" los soldados a descargas de la ametralladora. A su derecha y a su izquierda caían al suelo los hombres muertos o heridos; pero ella, con la mayor tranquilidad y lucidez de ánimo, acechó la puerta de un patio, por la cual pudo salvarse pasando a otra calle. Momentos tan espantosos no le produjeron la menor pesadumbre. Se encontraba luego perfectamente bien, y aun mejor dispuesta que de ordinario.
Comportamiento análogo se observa en principio frecuentemente. De aquí se deduce la necesaria consecuencia de que la intensidad de un trauma posee a todas luces poca importancia patógena, la cual depende más bien de circunstancias especiales. Esto nos da una clave, que puede explicar la disposición. Hemos de hacernos, por lo tanto, esta pregunta: ¿Cuáles son las circunstancias especiales que se dan en la escena del coche? La angustia comenzó cuando la joven oyó trotar a los caballos; por un momento le pareció como si hubiera allí una fatalidad espantosa, como si aquello significara su muerte o algo muy temible, y desde ese momento perdió por completo el sentido.
El momento eficaz arranca manifiestamente de los caballos. La disposición dé la paciente para reaccionar de manera tan desproporcionada ante este insignificante suceso, podría consistir, por lo tanto, en que los caballos significaban para ella algo especial. Habría que suponer que alguna vez le había sucedido algo peligroso con los caballos. Así es, efectivamente, pues siendo una niña de unos siete años, y paseando en coche, espantáronse los caballos y en marcha precipitada se lanzaron hacia un precipicio, por cuyo fondo pasaba un río. El cochero saltó del pescante y le gritó que saltase también; a lo cual ella apenas pudo decidirse, tan angustiada estaba. Al fin saltó, en el momento preciso en que los caballos con el coche se derrumbaban por la sima. Que un suceso semejante dejase en ella profundas impresiones, no necesita demostrarse. Sin embargo, no se explica por qué más tarde una reacción tan disparatada pudo seguir a una alusión tan inofensiva. Hasta ahora sólo sabemos que el síntoma posterior tuvo un precedente en la niñez. Pero lo patológico de todo ello permanece en la oscuridad. Para penetrar en este misterio, son necesarias todavía otras experiencias. Se ha demostrado, por repetidas pruebas, que en todos los casos sometidos a análisis existía, aparte de los episodios traumáticos, otra clase de perturbación, que no puede designarse de otro modo que como una perturbación en la esfera del amor. Sabido es que el amor es algo inmenso, que se extiende del cielo hasta el infierno y abarca lo bueno y lo malo, lo alto y lo bajo (2). Esta observación produjo en las ideas de Freud un cambio notable. Mientras que antes había buscado la causa de la neurosis en los episodios traumáticos de la vida, siguiendo más o menos la teoría del trauma de Charcot, desplazóse ahora el centro de gravedad del problema, pasando a otro sitio enteramente distinto. El mejor ejemplo puede ser nuestro caso: comprendemos perfectamente que los caballos desempeñen en la vida de nuestra paciente un papel importantísimo; pero no comprendemos la reacción posterior, tan exagerada y desproporcionada. Lo enfermizo y extraño de esta historia consiste en que ante los caballos se espanta de esa manera. Teniendo en cuenta la observación empírica antes citada, según la cual generalmente junto con los episodios traumáticos existe una perturbación en la esfera del amor, habría que investigar en este caso si no hay quizá algo que no esté en orden en ese sentido.
La dama conoce a un joven, con quien piensa desposarse; lo ama y espera ser dichosa con él. Por lo pronto nada más descubrimos. Pero la investigación no ha de arredrarse por haber llegado a un resultado negativo en un interrogatorio superficial. Hay caminos indirectos, cuando el camino directo no conduce al fin. Volvamos, por consiguiente, a aquel momento preciso en que la dama echa a correr delante de los caballos. Hubimos de informarnos acerca de la reunión y de la fiesta en que la dama había tomado parte. Se trataba de una cena de despedida dada en honor de su mejor amiga, que marchaba por una temporada al extranjero a curarse de los nervios en un sanatorio. La amiga está casada, y nos enteramos de que es dichosa y madre de un niño. Por supuesto, debemos desconfiar de esta indicación; si fuera dichosa, en efecto, no habría probablemente ninguna razón para que padeciera de los nervios y necesitara ponerse en cura. Dirigiendo mis preguntas por otro lado, averigüé que la paciente, cuando sus conocidos la encontraron, fue llevada a la casa de la comida, porque era donde había oportunidad más cercana para recogerla. Allí fue recibida con agasajo y atendida en su estado de agotamiento. En este punto interrumpió la paciente su narración, se mostró perpleja y confusa y trató de pasar a otro tema. Manifiestamente se trataba de alguna reminiscencia desagradable, que se le había ocurrido de repente. Después de vencer pertinaces resistencias por parte de la enferma, puse en claro que aquella noche aún había sucedido algo muy notable: el amigo que daba la comida le había hecho a ella una fogosa declaración de amor, lo cual produjo una situación que resultaba algo difícil y enojosa, teniendo en cuenta la ausencia de la dueña de la casa. Al parecer, esta declaración de amor fue para la enferma como un rayo en el cielo tranquilo. Pero estas cosas suelen tener siempre su prehistoria. Por lo tanto, el trabajo de las semanas sucesivas consistió para mí en ir desenterrando punto por punto toda una larga historia de amor, hasta que obtuve un cuadro de conjunto, que voy a resumir en la forma siguiente:
La paciente era, de niña, como un muchacho: sólo le gustaban los juegos salvajes de los chicos; se burlaba de su propio sexo y rehuía todas las formas y ocupaciones femeninas. Pasada la edad de la pubertad, cuando el problema erótico hubiera podido presentársele más urgente, comenzó a rehuir todo trato social, cobró odio y desprecio a todo lo que recordase, aun de lejos, la determinación biológica del hombre, y vivió en un mundo de fantasía que nada tenía de común con la realidad brutal. Así fue esquivando, hasta próximamente los veinticuatro años, todas esas pequeñas aventuras, esperanzas e ilusiones que suelen conmover íntimamente a la mujer en esa época. (Muchas veces las mujeres son, en este sentido, de una insinceridad maravillosa para consigo mismas y para con el médico.) Pero entonces trabó conocimiento con dos señores, que habían de romper los setos de espinas entre los cuales vivía. El señor A era el marido de su mejor amiga a la sazón.
El señor B era un amigo soltero del señor A. Ambos le agradaban a ella. Sin embargo, pronto le pareció que el señor B le agradaba extraordinariamente más. Como consecuencia, entablóse pronto una relación más honda entre ella y el señor B, y hasta se hablaba de la posibilidad de un noviazgo. Por su relación con el señor B y por su amiga, estaba también en frecuente comunicación con el señor A, cuya presencia la excitaba muchas veces de una manera inexplicable y la ponía nerviosa. En este tiempo asistió la paciente a una gran reunión de sociedad. Sus amigos estaban también presentes. Ella se había quedado ensimismada y jugaba distraída con su anillo, que de pronto se le escapó de entre las manos y rodó bajo la mesa. Ambos señores se pusieron a buscarlo, y fue el señor B quien lo encontró. Al ponérselo en el dedo, le dirigió una expresiva sonrisa y le dijo: "Usted sabe lo que esto significa". En aquel momento se sintió acometida de un sentimiento extraño e irresistible, se arrancó el anillo del dedo y lo arrojó por la ventana. Con esto se produjo naturalmente una situación momentáneamente violenta, y ella abandonó en seguida la tertulia con profunda desazón. Poco después quiso la llamada casualidad que ella pasara las vacaciones de verano en un balneario, donde también paraban el señor A y la señora A. La señora A comenzó entonces a ponerse visiblemente nerviosa; así que, por inadaptabilidad, hubo de quedarse muchas veces en casa. Nuestra enferma estaba, pues, en situación de salir a pasear sola con el señor A. Una vez se fueron de excursión en un pequeño bote. Ella estaba muy alegre y retozona y cayó de repente por la borda. El señor A logró salvarla, a costa de muchos esfuerzos, pues ella no sabía nadar, y la metió en el bote medio desfallecida. Entonces él la besó. Este romántico suceso estrechó los lazos entre ambos. Pero la enferma no reflexionó de una manera consciente sobre la profundidad de esta pasión, evidentemente porque estaba de antiguo acostumbrada a pasar de largo ante tales impresiones o, mejor dicho, a rehuirlas. Para disculparse ante sí misma, la paciente activó con mayor energía su noviazgo con el señor B, y llegó a convencerse efectivamente de que lo amaba. Este juego extraño no había de pasar inadvertido, evidentemente, a la sutil mirada de los celos femeninos. La señora A, su amiga, había penetrado el secreto y se atormentaba, como es de suponer; con esto creció su nerviosidad. Así llegó a ser necesario que la señora A marchase al extranjero para ponerse en cura. En la fiesta de despedida, el espíritu malo susurró al oído a nuestra enferma: ''Hoy por la noche él está solo y tiene que sucederte algo, para que vayas a su casa". Y así sucedió, en efecto. Merced a su extraía conducta, fue a casa de A y consiguió lo que buscaba. Después de esta explicación, acaso se incline alguno a suponer que sólo un refinamiento diabólico pudo inventar y poner por obra semejante cadena de circunstancias. Del refinamiento no puede dudarse, pero su apreciación moral es difícil; pues habré de afirmar con insistencia que los motivos de esta situación dramática de la enferma no eran conscientes para ella en modo alguno. La historia le ocurrió, al parecer, espontáneamente, sin que ella se hubiera formado conciencia de motivo alguno. Pero la prehistoria manifiesta que inconscientemente todo iba orientado a este fin, mientras que la conciencia se esforzaba por provocar el noviazgo con el señor B. Sin embargo, era más fuerte la tendencia inconsciente a seguir el otro camino.
Volvamos ahora a nuestra consideración inicial, o sea, inquiramos de dónde procede lo patológico (es decir, lo extraño, lo exagerado) de la reacción al trauma. Basados en un principio, deducido de muchas experiencias, insinuamos la sospecha de que también en el caso presente, además del trauma, hubiera una perturbación en la esfera del amor. Esta sospecha se ha confirmado plenamente, y hemos aprendido que el trauma, que produce supuestos efectos patógenos, no es sino una ocasión para que se manifieste algo que antes no era consciente, a saber: un importante conflicto erótico. Con esto, el trauma pierde su sentido patógeno y en su lugar aparece otra concepción mucho más profunda y amplia, que explica la eficacia patógena como un conflicto erótico.
Se oye con frecuencia esta pregunta: ¿Por qué ha de ser precisamente un conflicto erótico la causa de la neurosis y no otro conflicto cualquiera? A esto se responde: Nadie afirma que deba ser así, sino que se descubre que efectivamente es así. A pesar de las irritadas aseveraciones en contrario, es indudable que el amor (3), sus problemas y sus conflictos son de importancia fundamental para la vida humana. De cuidadosas investigaciones se desprende que el amor tiene mucha mayor trascendencia de lo que el individuo se imagina.
La teoría del trauma ha quedado, pues, abandonada como arcaica; pues con la opinión de que la raíz de la neurosis no es el trauma, sino un conflicto erótico oculto, pierde el trauma su significación patógena.
filosofía psicología espiritualidad
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Comentarios
Muchas gracias por acercarnos a Jung de esta manera amable y cercana.
Me gusta mucho este podcast. Gracias por el conocimiento tan valioso