“Un neófito, para ser iniciado, no debe tener
ningún afecto ni deseo que lo encadene al mundo.”
(Bulwer Lytton en “Zanoni”)
Se ha dicho que el primer paso que debe dar un estudiante de (Ocultismo es renunciar a las “vanidades del mundo”.
Esto no significa, necesariamente, que deba romper sus lazos familiares, desatender sus medios de subsistencia, evitar la sociedad de los demás, convertirse en un misántropo
y retirarse a una cueva en la selva para entretenerse allí con las morbosas fantasías de su imaginación y estar de continuo codiciando internamente los mismos objetos a los que
ha pretendido renunciar y abandonar externamente.
El aspirante puede vivir en el mundo y, sin embargo, no ha de ser del mundo. Su cuerpo y su mente pueden estar más o menos ocupados en los asuntos de la vida cotidiana y
él puede, al mismo tiempo, estar ejercitando sus facultades espirituales. Puede estar personalmente en el mundo y, no obstante, remontarse espiritualmente por encima de él.
Todo ser humano posee, además de su cuerpo físico, dos juegos de facultades: intelectuales y espirituales. Los poderes de estas facultades están correlacionados y entretejidos. Si se usan solamente los poderes intelectuales en el plano físico para fines materiales, uno se vuelve más egoísta y materialista. Está concentrando sus poderes en un pequeño foco que representa su 'personalidad'; y cuanto más los concentra, más reducido será ese foco. Entonces, esa persona se volverá mezquina y egoísta y perderá la visión de la unidad, de la cual será apenas una parte infinitesimal e insignificante.
Por otra parte, si intenta enviar prematuramente su espíritu a las regiones de lo desconocido, sin haber desarrollado y ensanchado suficientemente su intelecto para que actúe como una base firme sobre la cual apoyar su espiritualidad, vagará como una sombra a través de los campos de lo infinito. Quizás contemple cosas espirituales, pero no será capaz de entenderlas. Se convertirá en una persona, nada práctica, en un fanático supersticioso y en un soñador.
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