Imitación de su vida.
Imitación de la vida de Jesús.
(37) “Estoy pronto a hacer lo que tú quieres. Mira, la primera cosa que te dije que quería de ti era la imitación de mi Vida, así que veamos qué cosa te falta”.
(38) “Señor”, le decía, “me falta todo, no tengo nada”.
(39) “Y bien”, me decía: “No temas, poco a poco haremos todo, Yo mismo conozco cuán débil eres, pero es de Mí que debes tomar fuerza”. (No lo recuerdo en orden, pero como pueda lo diré) Y agregaba:
Espíritu de rectitud.
(40) “Quiero que seas siempre recta en tu obrar, con un ojo me debes mirar a Mí y con el otro debes mirar lo que estás haciendo; quiero que las criaturas te desaparezcan del todo. Si te vienen dadas ordenes no mires a las personas, no, sino debes pensar que Yo mismo quiero que tú hagas lo que te es ordenado, entonces con el ojo fijo en Mí no juzgarás a ninguno, no mirarás si la cosa te es penosa o te gusta, si puedes o no puedes hacerla, cerrando los ojos a todo esto los abrirás para mirarme sólo a Mí, me llevarás junto a ti pensando que te estoy mirando fijamente y me dirás:
“Señor, sólo por Ti lo hago, sólo por Ti quiero obrar, no más esclava de las criaturas”.
Así que si caminas, si obras, si hablas, en cualquier cosa que hagas, tu único fin debe ser de agradarme sólo a Mí. ¡Oh! Cuántos defectos evitarás si haces así”.
(41) Otras veces me decía: “También quiero que si las personas te mortifican, te injurian, te contradicen, la mirada también fija en Mí, pensando que con mi misma boca te digo:
“Hija, soy propiamente Yo que quiero que sufras esto, no las criaturas, aleja la mirada de ellas, sino sólo Yo y tú siempre, todas las demás destrúyelas. Mira, quiero hacerte bella por medio de estos sufrimientos, te
quiero enriquecer con méritos, quiero trabajar tu alma, volverte similar a Mí. Tú me harás un regalo, me agradecerás afectuosamente, serás agradecida con aquellas personas que te dan ocasión de sufrir, recompensándolas con algún beneficio. Haciendo así caminarás recta ante Mí, ninguna cosa te dará más inquietud y gozarás siempre paz”.
Espíritu de mortificación.
(42) Después de algún tiempo en que traté de ejercitarme en estas cosas, a veces haciendo y a veces cayendo (si bien veo claro que aun me falta este espíritu de rectitud y siempre quedo más confundida pensando en tanta ingratitud mía), Jesús me habló y me hizo entender la necesidad del espíritu de mortificación, (si bien me recuerdo que en todas estas cosas que me decía, me agregaba siempre que todo debía ser hecho por amor suyo, y que las virtudes más bellas, los sacrificios más
grandes, se volvían insípidos sino tenían principio en el amor. La caridad, me decía, es una virtud que da vida y esplendor a todas las demás, de modo que sin ella todas están muertas y mis ojos no sienten ningún atractivo, y no tienen ninguna fuerza sobre mi corazón; estate pues atenta y haz que tus obras, aun las mínimas estén investidas por la caridad, esto es, en Mí, conmigo y por Mí). Ahora vayamos directamente a la mortificación.
(43) “Quiero”, me decía, “que en todas tus cosas, hasta las necesarias, sean hechas con espíritu de sacrificio. Mira, tus obras no pueden ser reconocidas por Mí como mías si no tienen la marca de la mortificación. Así como la moneda no es reconocida por los pueblos si no contiene en sí misma la imagen de su rey, es más, es despreciada
y no tomada en cuenta, así es de tus obras, si no tienen el injerto con mi cruz no pueden tener ningún valor. Mira, ahora no se trata de destruir a las criaturas, sino a ti misma, de hacerte morir para vivir solamente en Mí y de mi misma Vida. Es verdad que te costará más que lo que has hecho, pero ten valor, no temas, no lo harás tú sino Yo que obraré en ti”.
(44) Entonces recibía otras luces sobre la aniquilación de mí misma y me decía:
(45) “Tú no eres otra cosa que una sombra, que mientras quieres tomarla te huye, tú eres nada”.
(46) Yo me sentía tan aniquilada que habría querido esconderme en los más profundos abismos, pero me veía imposibilitada para hacerlo, sentía tal vergüenza que quedaba muda. Mientras estaba en este reconocimiento de mi nada, Él me decía:
(47) “Ponte junto a Mí, apóyate en mi brazo, Yo te sostendré con mis manos y tú recibirás fuerza. Tú estás ciega, pero mi luz te servirá de guía. Mira, me pondré delante y tú no harás otra cosa que mirarme para imitarme”.
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