Es muy categórica la frase de Jesús: La carne no sirve para nada. Un entrecot de lomo alto, vuelta y vuelta, sirve para darse un festín… y, después, morirse. Los placeres carnales, como puedan ser la comida, la bebida, el sueño, o el placer asociado a la sexualidad sirven para dar un cierto consuelo a cuerpos y corazones fatigados… y, después, morirse. Todo ello tiene su momento. Pero, pasado ese momento, apenas queda nada, quizá un recuerdo… un recuerdo, que, en el mejor de los casos, perdura hasta que mueres.
Por categórica que sea, la frase del Señor es cierta: La carne no sirve para nada. Porque todo eso es nada, en comparación con las delicias a las que Jesús ha dedicado su discurso.
El Espíritu es quien da la vida. Una comunión fervorosa sacia el espíritu, lo llena con los gozos del Amor más grande, y, pasado el tiempo en que el cuerpo de Cristo y el nuestro son uno, permanece en el alma durante toda la vida, y se continúa disfrutando, tras la muerte, eternamente en el cielo. ¡Qué grande será la gloria asociada a miles de comuniones fervorosas!
Comparado con eso, la carne no sirve para nada.
(TP03S)
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