abía ya decretado Dios que su Hijo naciese no en la casa de José, sí en una gruta y establo de bestias, del modo más pobre y más penoso que puede nacer un niño; y para esto dispuso que César Augusto publicase un edicto, mandando que cada uno fuese a empadronarse en la propia ciudad, de la que traía su origen.
José cuando tuvo noticia de esta orden se puso en agitación, pensando si debía dejar, o llevar consigo la Virgen Madre, que estaba próxima al parto.
“Esposa y Señora mía, la dice; por una parte, yo no quisiera dejaros sola; por otra, si os llevo me aflige la pena de que Vos habéis de padecer mucho en este viaje tan largo, y hecho en un tiempo tan rígido: mi pobreza no me permite llevaros con aquella comodidad que a Vos es debida”
Más responde María, y le da ánimo, diciéndole:
“José mío, no temas, yo iré contigo, el Señor nos asistirá”.
Sabía bien ésta Señora, por inspiración divina, y también porque estaba bien penetrada de la profecía de Miqueas, que en Belén había de nacer el Divino Infante. Por lo que, toma las fajas y los otros pobres paños preparados ya, y marcha con José: Asendit autem Joseph, ut profietur cum Maria.
Vamos aquí considerando los devotos y santos discursos que en este viaje deberían tener los dos santos Esposos acerca de la misericordia, de la bondad y del amor del Verbo Divino, que dentro de poco había de nacer y aparecer sobre la tierra, para la salvación de los hombres.
Consideremos aquí también las alabanzas, las bendiciones y acciones de gracias, los actos de humildad y de amor en que se ejercitarían por el camino estos dos grandes viajeros.
Mucho ciertamente padecía aquella santa doncellita vecina al parto, caminando largas distancias por sendas extraviadas, y en la estación del invierno; pero padecía con paz, y con amor; ofrecía todas aquellas penas a Dios, uniéndolas con las de Jesús, que llevaba en su seno.
¡Ah! Unámonos también nosotros, y acompañemos al Rey del cielo con María y José: a este Rey, que va a nacer en una cueva, y hacer su primera entrada en el mundo, de niño, pero niño el más pobre y abandonado que jamás ha nacido entre los hombres, y pidamos a Jesús, María y José, que por el mérito de las penas padecidas en este viaje nos acompañen en el que estamos haciendo a la eternidad.
¡Oh! Dichosos nosotros, si nos acompañásemos y fuésemos siempre acompañados de estos tres grandes personajes!
Afectos y súplicas.
Mi amado Redentor, yo sé que en este viaje a Belén os acompañan a escuadrones los ángeles del cielo; pero de los que habitan en la tierra ¿quién os acompaña? Solo lleváis con Vos a José y a María, que os trae dentro de sí.
No rehúses, pues, Jesús mío, que os acompañe también yo miserable e ingrato como he sido; más ahora reconozco el agravio que os he hecho.
¡Ah! Sí, Vos habéis bajado del cielo para salvarme, para ser mi compañero sobre la tierra, y yo tantas veces os he dejado, ofendiéndoos ingratamente.
Cuando pienso, o mi Señor, las muchas veces que por mis gustos malditos me he separado de Vos renunciando a vuestra amistad, quisiera morirme de dolor; pero habéis venido para perdonarme.
Ea, pues, perdonadme pronto, que ya me arrepiento con toda el alma de haberos tantas veces vuelto las espaldas y abandonado.
Propongo y espero con vuestra gracia no dejaros más, y no separarme de Vos, único amor mío.
Mi alma se ha enamorado de Vos, o mi amable Dios niño. Os amo, mi dulce Salvador; y ya me habéis venido a la tierra a salvarme, y a dispensarme vuestras gracias, estas solo os pido; no permitáis que tenga que separarme más de Vos. Unidme, estrechamente a Vos, encadenándome con los dulces lazos de vuestro santo amor.
¡Ah mi Redentor y Dios! ¿y quién tendrá más corazón de dejaros, y de vivir sin Vos, privado de vuestra gracia?
Santísima María, yo vengo para acompañaros en éste viaje; y Vos no dejéis de asistirme, madre mío, en el viaje que hago a la eternidad.
Asistidme siempre, pero especialmente cuando me hallaré al fin de mi vida, próximo a aquel m omento del que depende, o estar siempre con Vos, para ver a Jesús en el Paraíso, o estar siempre lejos de Vos, para aborrecer a Jesús en el infierno.
Reina mía, salvadme con vuestra intercesión, y mi salud sea amar a Vos y amar a Jesús por siempre, en el tiempo y en la eternidad.
Vos sois mi esperanza; de Vos todo lo confío.
Comentarios