SÉPTIMA MEDITACIÓN
“LA HUMILDAD DEL PESEBRE”
La humildad es una virtud tan grande, tan necesaria y tan hermosa a la vez, que el Hijo de Dios se revistió de ella desde su entrada en este mundo hasta su salida mortal de él. Porque para nacer entre los hombres asumiendo la naturaleza humana eligió nacer en un pesebre, siendo Dios y Rey de reyes, rompiendo así desde el comienzo de su misión la lógica mundana.
“La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad externas. Viene como niño inerme y [como] necesitado de nuestra ayuda…. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo. Cristo quiso nacer en la sencillez, y también en la humildad” (Benedicto XVI); san Agustín llega a afirmar que «toda la vida de Cristo en la tierra fue una enseñanza nuestra, y Él fue de todas las virtudes Maestro; pero especialmente de la humildad: ésta quiso particularmente que aprendiésemos de Él. Lo cual bastaba para entender que debe ser grande la excelencia de esta virtud y grande la necesidad que de ella tenemos, pues el Hijo de Dios bajó del cielo a la tierra a enseñárnosla, y quiso ser particular maestro de ella no sólo por palabra sino muy más principalmente con la obra…»
San Bernardo se pregunta: “¿Para qué, Señor, tan grande majestad tan humillada? – y responde él mismo-; para que ya, desde aquí [en] adelante, no haya hombre que se atreva a ensoberbecer y engrandecer sobre la tierra.”
Así, pues, la primera gran lección que nos da el pesebre es esta hermosa virtud de “hacerse pequeños a los ojos de los hombres para hacerse grandes a los ojos de Dios”, virtud que impregna todo el pesebre, y que ha de impregnar también la vida de cada uno de los que nos decimos adoradores del Dios encarnado nacido en Belén.
La Virgen María había dicho llena del Espíritu santo que Dios enaltece a los humildes, y Jesús nos dirá más adelante, en su vida pública, que el que se humilla será ensalzado pues quien es manso y humilde de corazón, como Jesús, ése agrada al Padre que está en los Cielos.
Que esta Navidad nos renueve internamente y nos ayude a decidirnos resueltamente a abrazar esta virtud que resplandece en el pesebre de Belén.
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