Lectura de varios pensamientos de Carl Gustav Jung, extraidos de diversas obras suyas por E. Eskenazi
Aquí los tienen por escrito:
La realidad que aparece como directa consta de imágenes..., por esa razón, sólo vivimos directamente en un mundo de imágenes. Para averiguar siquiera aproximadamente la naturaleza real de las cosas materiales necesitamos los complicados aparatos y métodos de la física y de la química. Estas ciencias son instrumentos que capacitan al espíritu humano para, a través del engañoso velo del mundo de las imágenes, asomarse un poco a una realidad no psíquica.
Así pues, lejos de ser un mundo material, la realidad es un mundo psíquico que sólo admite conclusiones indirectas e hipotéticas sobre la naturaleza de la materia... Únicamente a lo psíquico le corresponde la realidad inmediata, y además a cualquier forma de lo psíquico, incluso a las ideas y pensamientos "irreales" que no hacen referencia a ningún "exterior". Aunque a tales contenidos los llamemos figuraciones o delirios, no por ello dejan de tener eficacia; es más, no existe ningún pensamiento "real" que, en un momento dado, no pueda ser desplazado por un pensamiento "irreal", presentando éste una mayor fuerza y eficacia que el primero. Mayores que todos los peligros físicos son los colosales efectos de las ideas delirantes, a las que sin embargo nuestra conciencia del mundo quiere negarles toda realidad. Nuestra elogiadísima razón y nuestra exageradamente estimada voluntad se revelan en ocasiones impotentes frente al pensamiento "irreal". Las fuerzas universales que gobiernan incondicionalmente a toda la humanidad son factores psíquicos inconscientes, y éstos son también los que crean la conciencia y, con ello, la conditio sine qua non para la existencia de un mundo. Estamos dominados por un mundo creado por nuestra alma.
El gran error que ha cometido nuestra conciencia occidental es atribuir al alma sólo una realidad derivada de causas materiales. Bastante más sabio es el Oriente, que fundamenta la esencia de todas las cosas en el alma. Entre las desconocidas naturalezas del espíritu y la materia, se halla la realidad de lo anímico, la realidad psíquica, la única realidad que podemos experimentar directamente.
Hay una existencia anímica sustraída a la creación y manejo conscientes del libre albedrío. Si bien podría parecer que todo lo anímico es como una sombra y tiene un carácter fugaz y superficial o, en una palabra, fútil, en realidad esas características se verifican generalmente en el caso de lo psíquico-subjetivo, pero no en el de lo psíquico-objetivo, lo inconsciente, que representa una condición a priori de la conciencia y de sus contenidos. De lo inconsciente surgen efectos determinantes que, independientemente de la transmisión, aseguran en todo individuo la similitud y aún la igualdad de la experiencia y de la creación imaginativa. Una de las pruebas fundamentales de esto es el paralelismo que podríamos calificar de universal entre los temas mitológicos, a los que he llamado arquetipos a causa de su naturaleza de imágenes primordiales.
Puesto que todo lo psíquico es preformado, también lo son sus funciones particulares, en especial aquellas que provienen directamente de predisposiciones inconscientes. A ese campo pertenece ante todo la fantasía creadora , En los productos de la fantasía se hacen visibles las “imágenes primordiales” y es aquí donde encuentra su aplicación específica el concepto de arquetipo.
La consciencia no es continua. Es cierto que se habla de la continuidad de la consciencia, pero en realidad esta continuidad no existe y la impresión que nos la hace sentir es consecuencia del recuerdo. La conciencia es intermitente, discontinua. ...En el fondo son pocos los momentos en los que se es realmente consciente, en los que la consciencia alcanza un cierto nivel y una cierta intensidad... El inconsciente en cambio es un estado constante, duradero que, en su esencia, se perpetúa semejante a sí mismo; su continuidad es estable, cosa que no se puede pretender del consciente.
El inconsciente teje perpetuamente un vasto sueño que, imperturbable, sigue su camino por debajo de la conciencia, emergiendo a veces durante la noche en un sueño o causando durante la jornada singulares y pequeñas perturbaciones.
La consciencia es, por naturaleza, una especie de capa superficial, de epidermis flotante sobre el inconsciente, que se extiende en las profundidades como un vasto océano de una continuidad perfecta... Si juntamos el consciente y el inconsciente, abarcamos casi todo el do-minio de la psicología. La conciencia se caracteriza por una cierta estrechez; se habla de la estrechez de la conciencia , por alusión al hecho de que no puede abarcar simultáneamente sino un pequeño número de representaciones.
La voluntad es una gran maga que, además, añade a sus encantos la paradoja de sentirse y aspirar a ser libre. Experimentamos el sentimiento de libertad, incluso cuando se puede probar la existencia de causas precisas que con toda necesidad debían entrañar tal o cual consecuencia que, precisamente, hemos realizado: a pesar de ello, el sentimiento de libertad es, no obstante, muy vivo en nosotros... Si la voluntad está marcada por esa libertad soberana que la caracteriza, ello se debe a que es una parcela de esa oscura fuerza creadora que yace en nosotros, que nos conforma, que edifica nuestro ser, que reacciona frente a nuestro cuerpo, que mantiene o destruye su estructura y que crea vías nuevas. Esta energía aflora, en cierto modo, en el seno de la voluntad y hasta en la esfera de la conciencia humana, aportando consigo ese sentimiento absoluto y soberano de imperecedera libertad que no se deja alterar o restringir por ninguna filosofía.
Siempre hay una parte de nuestra personalidad que es inconsciente, que está en vías de formación; estamos eternamente inacabados, crecemos y cambiamos. La personalidad futura que seremos está ya en nosotros, pero todavía oculta en la sombra
Todo el mundo sabe, en la actualidad, que uno “tiene complejos”. Lo que no se sabe también, aunque teóricamente es mucho más importante, es que los complejos lo tienen a uno. En efecto, la suposición ingenua de la unidad de la conciencia, que se identifica con el “psiquismo” total, y de la supremacía de la voluntad, es gravemente cuestionada por la existencia de los complejos. Cada constelación de complejos motiva un estado de conciencia perturbado. La unidad de la conciencia queda rota y la intención volitiva es más o menos dificultada, o aun impedida del todo. También la memoria sufre a menudo profundamente... De ahí que el complejo deba ser un factor psíquico que, energéticamente hablando, posee una valencia susceptible de superar en ocasiones la del propósito consciente, pues de otro modo no serían posibles tales rupturas del orden consciente. En realidad un complejo activo nos deja momentáneamente en un estado de pérdida de libertad, de pensamiento y acción compulsivos, estado al que quizá podría aplicársele el concepto jurídico de responsabilidad limitada.
Los complejos, en efecto, se comportan como genios malignos cartesianos... son los personajes que actúan en nuestros sueños, con los que nos enfrentamos en una total impotencia... Su origen, su etiología, es a menudo un choque emocional, un traumatismo o algún incidente análogo, que tiene por efecto el separar un compartimiento de la psique. Una de las causas más frecuentes es el conflicto moral basado, en última instancia, en la imposibilidad aparente de asentir a la totalidad de la naturaleza humana
Esta posibilidad entraña, por su existencia misma, una escisión inmediata, a espaldas o no de la conciencia. Es incluso, por lo general, una inconsciencia perceptiva notable de los complejos, lo que les confiere naturalmente una libertad de acción tanto mayor: su fuerza de asimilación aparece entonces en toda su amplitud, al ayudar la inconsciencia del complejo a asimilarse el yo mismo, lo que crea una modificación momentánea e inconsciente de la personalidad, llamada identificación en el complejo. Esta noción moderna por completo llevaba en la Edad Media otro nombre: se llamaba entonces posesión.
Un complejo es como una especie de imán, un centro cargado de energía atractiva que se anexiona todo lo que encuentra a su alcance, incluso cosas indiferentes... Por esta razón se dice que el complejo ejerce un efecto atrayente y asimilador. Quienquiera que se encuentre bajo el influjo de un complejo predominante asimila, comprende y concibe los datos nuevos que surgen en su vida en el sentido de este complejo, al que quedan sometidos; en resumen, el sujeto vive momentáneamente en función de su complejo, como si viviera un inmutable prejuicio original.
Cuando la cólera ocasionada por una pequeñez se apodera de nosotros, costaría mucho trabajo v ver que el motivo de nuestra furia no estaba por completo en tal cosa molesta o en tal individuo insoportable. Sin embargo, atribuimos a estas cosas el poder de ponernos fuera de nosotros mismos e incluso de ocasionarnos insomnios y pesadez de estómago. Echamos pestes, pues, sin miramientos ni reserva contra ese escollo, injuriando por ello a una parte inconsciente de nosotros mismos, que se encuentra proyectada en el elemento perturbador. Nuestra cólera ha podido tomar cuerpo sólo gracias a esta proyección.
Son legión tales proyecciones. Unas son favorables, facilitando como un puente entre dos orillas el paso de la libido; otras son desfavorables, sin que lleguen a formar prácticamente, no obstante, obstáculos, pues las proyecciones peyorativas están en general localizadas fuera del círculo de las relaciones íntimas.
El agua es el “espíritu del valle”, el dragón del agua del Tao cuya naturaleza es similar al agua, un Yang integrado en el Yin. Psicológicamente agua quiere decir espíritu que se ha vuelto inconsciente... Aparentemente el “espíritu” llega siempre desde lo alto. Para esa concepción espíritu significa libertad suprema, un flotar sobre las profundidades, una liberación de la prisión de lo ctónico y por lo tanto un refugio para todos los timoratos que no quieren “llegar a ser “. Pero el agua es terrenalmente palpable, es también el fluido del cuerpo regido por el impulso, es la sangre y la avidez de sangre, es el olor animal y lo corpóreo cargado de pasiones.
Es cierto que quien mira en el espejo del agua, ve ante todo su propia imagen. El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo, porque lo cubrimos con la persona, la máscara del actor. Pero el espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro. Esa es la primera prueba de coraje en el camino interior; una prueba que basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro consigo mismo es una de las cosas más desagradables y el hombre lo evita en tanto puede proyectar todo lo negativo sobre su mundo circundante. Si uno está en situación de ver su propia sombra y soportar el saber que la tiene, sólo se ha cumplido una pequeña parte de la tarea: al menos se ha transcendido el inconsciente personal. Pero la sombra es una parte viviente de la personalidad y quiere entonces vivir de alguna forma. No es posible rechazarla ni esquivarla inofensivamente. Este problema es extraordinariamente grave, pues no sólo pone en juego al hombre todo, sino que también le recuerda al mismo tiempo su desamparo y su impotencia. A las naturalezas fuertes - ¿o hay que decir más bien débiles? - no les gusta esta alusión y se fabrican entonces algún más allá del bien y del mal, cortando así el nudo gordiano en lugar de deshacerlo. Pero tarde o temprano la cuenta debe ser saldada. Hay que confesarse que existen problemas que de ningún modo se pueden resolver con los propios medios.
Hay que llegar a conocerse a sí mismo para saber quién es uno. pues lo que viene después de la muerte es algo que nadie espera, es una extensión ilimitada llena de inaudita indeterminación, y al parecer no es ni un arriba ni un abajo, ni un aquí ni un allí, ni mío ni tuyo, ni bueno ni malo. Es el mundo del agua, en el que todo lo viviente queda en suspenso; donde comienza el reino del “simpático”, el alma de todo lo viviente; donde yo soy inseparablemente esto y aquello; donde yo vivencio en mí al otro y el otro mi vivencia como yo. Lo inconsciente colectivo es cualquier otra cosa antes que un sistema personal encapsulado; es objetividad amplia como el mundo y abierta al mundo. Soy el objeto de todos los sujetos, en una inversión total de mi conciencia habitual, en la que siempre soy un sujeto que tiene objetos. Allí estoy en tal medida incorporado a la más inmediata compenetración universal, que con toda facilidad olvido quién soy en realidad. “Perdido en sí mismo” es una buena expresión para caracterizar este estado. Pero este sí mismo es el mundo; o un mundo, si una conciencia pudiera verlo. Por eso hay que saber quién es uno.
El desamparo y la debilidad son la vivencia eterna y el eterno problema de la humanidad y para esa situación existe también una respuesta eterna: de lo contrario el hombre hubiera desaparecido hace ya mucho. Una vez que se ha hecho todo lo que se puede hacer, queda todavía lo que se podría hacer si uno tuviera conocimiento de ello. Pero ¿cuánto sabe el hombre de sí mismo? De acuerdo a lo que la experiencia nos muestra, es muy poco. Por eso queda todavía mucho espacio libre para lo inconsciente.
Hoy llamamos a los dioses factores, lo que viene de facere = hacer. Los factores están detrás de los bastidores del teatro del mundo. Lo mismo en lo grande que en lo pequeño. En la conciencia somos nuestros propios señores; aparentemente somos los “factores” mismos. Pero si cruzamos la puerta de entrada a la sombra descubrimos con terror que somos objetos de factores. El saber eso es decididamente desagradable; pues nada decepciona más que el descubrimiento de nuestra insuficiencia. Y también da motivo a un pánico primitivo, porque cuestiona peligrosamente la supremacía de la conciencia
El mayor peligro que nos amenaza proviene de la impredictibilidad de la reacción psíquica. Por eso quienes poseen verdadera penetración han entendido ya hace mucho que las condiciones históricas exteriores de cualquier tipo constituyen sólo la ocasión para los peligros realmente amenazadores de la existencia, es decir para las ilusiones políticas, las que han de entenderse no como consecuencias necesarias de condiciones externas, sino como imposiciones de lo inconsciente.
El alma es lo vivo en el hombre, lo vivo y causante de vida por sí mismo…El alma, con astucia y juego engañosos, arrastra a la vida la inercia de la materia que no quiere vivir. Convence de cosas increíbles para que la vida sea vivida. Está llena de trampas para que el hombre caiga, toque la tierra, y allí se enrede y se quede, y de ese modo la vida sea vivida; igual como ya Eva en el Paraíso no puede dejar de convencer a Adán de la bondad de la manzana prohibida. Si no fuera por la vivacidad y la irisación del alma, el hombre se hubiera detenido dominado por su mayor pasión, la inercia. Un cierto tipo de racionalidad es su abogado, y un cierto tipo de moralidad le da su bendición. Pero el tener alma es el atrevimiento de la vida, porque el alma es un demonio dispensador de vida, que juega su juego élfico por debajo y por arriba de la existencia humana, y por ello dentro del dogma es amenazado y propiciado con penas y bendiciones unilaterales, que van mucho más allá del mérito que puede alcanzar el hombre. El cielo y el infierno son destinos del alma y no del hombre civilizado, que con su flaqueza y timidez no sabría qué hacer en una Jerusalén celestial... El anima es un arquetipo natural que subsume de modo satisfactorio todas las manifestaciones de lo inconsciente, del espíritu primitivo, de la historia de la religión y del lenguaje. Es un “factor” en el sentido propio de la palabra. No es posible crearla, sino que es el a priori de los estados de ánimo, reacciones, impulsos y de todo aquello que es espontáneo en la vida psíquica. Es algo viviente por sí, que nos hace vivir; una vida detrás de la conciencia, que no puede ser totalmente integrada en ésta y de la cual, antes bien, procede la conciencia. Pues en última instancia la vida psíquica es en su mayor parte algo inconsciente y rodea a la conciencia por todos los costados.
Con el arquetipo del anima (alma) entramos en el reino de los dioses, o sea en el campo que se ha reservado la metafísica. Todo lo que el anima toca se vuelve numinoso, es decir incondicionado, peligroso tabú, mágico. Es la serpiente en el Paraíso del hombre inofensivo, lleno de buenos propósitos y buenas intenciones. Proporciona las razones convincentes contra la atención a lo inconsciente... la vida en sí no es algo solamente bueno sino también algo malo. Al querer el anima la vida, quiere lo bueno y lo malo. En el reino élfico de la vida no existen esas categorías. Tanto la vida corporal como la psíquica comenten la indiscreción de arreglarse mucho mejor y de estar más sanas sin la moral convencional. (…) Anima es vida más allá de todas las categorías, por eso puede prescindir también de la injuria y la alabanza.
Si la discusión con la sombra es la prueba que consagra oficial al aprendiz, el diálogo con el anima es la prueba que consagra maestro al oficial. Porque la relación con el anima es una prueba de coraje y una ordalía del fuego para las fuerzas morales y espirituales del hombre
Es verdad que el anima es impulso vital, pero además tiene algo extrañamente significativo, algo así como un saber secreto o sabiduría oculta, en notable oposición con su naturaleza élfica irracional... Este aspecto de sabiduría sólo se manifiesta a quien dialoga con el anima . Sólo ese pesado trabajo deja ver en medida creciente que por detrás del juego cruel con el destino humano hay algo así como una secreta intención que parece corresponder a un conocimiento superior de las leyes de la vida. Hasta lo que es al comienzo inesperado, lo caótico inquietante, oculta un sentido profundo. Y cuanto más se reconoce ese sentido, tanto más pierde el anima su carácter impulsivo y compulsivo. Poco a poco se van levantando diques contra el caudal del caos; porque lo que tiene sentido se separa de lo sin sentido y al dejar de identificarse sentido y sin sentido la fuerza del caos se debilita y el sentido queda dotado con la fuerza del sentido y el sinsentido con la fuerza del sinsentido. Surge entonces un nuevo cosmos... de la plenitud de las experiencias vitales surge igual enseñanza que la el padre transmite al hijo. La sabiduría y el desatino no sólo aparecen en la naturaleza élfica como una y la misma cosa, sino que son una y la misma cosa mientras son representadas por el anima . La vida es desatinada y significativa. Y si no se toma lo desatinado a risa y no se especula sobre lo significativo, entonces la vida es banal; entonces todo tiene una dimensión mínima. Entonces existe sólo un pequeño sentido y un pequeño sinsentido.
Cuando todos los apoyos y muletas se han roto, y ya no hay detrás de uno seguridad alguna que ofrezca protección, sólo entonces se da la posibilidad de tener la vivencia de un arquetipo que hasta ese momento se había mantenido oculto en esa carencia de sentido cargada de significado que es propia del anima . Es el arquetipo del significado, así como el anima representa el arquetipo de la vida. (…) el arquetipo del espíritu, que simboliza el sentido preexistente, oculto en la vida caótica. Es el padre del alma, y sin embargo el alma es, como por milagro, su madre-virgen; y por eso fue designado por los alquimistas como el “antiquísimo hijo de la madre”
No me canso de repetir que ni la ley moral, ni la idea de Dios, ni religión alguna le han llegado al hombre jamás del exterior, como caídas del cielo; al contrario, el hombre desde su origen lleva todo esto en sí, y es por ello por lo que, extrayéndolo de sí mismo, lo recrea siempre de nuevo. Es pues una idea perfectamente inútil el pensar que basta combatir el oscurantismo para disipar esos fantasmas. La idea de ley moral y la idea de Dios forman parte de la sustancia primera e inexpugnable del alma humana. Por eso toda psicología sincera... debe aceptar la discusión sobre ellas...; en psicología la noción de la divinidad es una magnitud inmutable con la que hay que contar, al igual que con las de “afectos”, “instintos”, el “concepto de Madre”, etc. La confusión originaria de la imago y su objeto ahoga toda diferenciación entre “Dios” y la “imago de Dios”; tal es la razón por la que se me acusa de hacer teología y la causa por la que entienden “Dios” cada vez que yo hablo del “concepto de Dios”
Pues quienquiera que tenga la presunción de pasar por un héroe, por esta misma presunción desafiará al dragón con el que tenga que combatir. Su sobreestimación personal amontona en su alma grandes peligros psíquicos.
El peligro de ser tragado por un dragón podría significar el peligro de ser tragado por el inconsciente. Pero a su vez, ¿qué quiere decir ser tragado por el inconsciente? ¿qué pasa entonces? El sujeto se vuelve loco, inconsciente y desorientado, y pierde contacto consigo mismo y con el mundo que lo rodea. Es, evidentemente, un peligro inmenso. Pero el monstruo, junto a los peligros que encarna, podría estar también lleno de posibilidades de curación... una posibilidad de renacimiento; cuando un individuo es devorado por un dragón, ello no es sólo un acontecimiento negativo.
Como dice la Cábala, el sueño es realmente un sueño; lleva en sí mismo su significación; el sueño es lo que es, entera y exclusivamente lo que es; no es una fachada, no es algo a propósito o preparado, una engañifa cualquiera, sino una construcción terminada
En efecto, los sueños son productos del alma inconsciente, son espontáneos, sin predeterminación, sustraídos a la arbitrariedad de la conciencia. Son pura naturaleza y, por tanto, de una verdad natural y sin disfraz; ésta es la razón de que gocen de un privilegio sin igual para restituirnos una actitud conforme a la naturaleza fundamental del hombre, si nuestra consciencia se ha alejado de su base y se ha quedado atascada en algún atolladero o en alguna imposibilidad.
Meditar sobre los propios sueños es volver a uno mismo.... Se medita sobre el sí mismo y no sobre el yo , sobre ese sí mismo extraño que nos es esencial, que constituye nuestro pedestal y que, en el pasado, engendró el yo.
Y en cada uno de nosotros duerme un extraño de rostro desconocido, que habla con nosotros por medio del sueño y nos hace saber cuán diferentes son la visión que tiene de nosotros y aquella en la que nos complacemos. Por eso, cuando nos debatimos en una situación con dificultades insolubles, es el otro, el extraño en nosotros quien puede, llegada la ocasión, abrirnos los ojos y difundir las únicas claridades capaces de transformar de arriba abajo nuestra actitud, esa actitud que nos ha llevado hasta la situación inextricable y que ha fallado.
Se puede demostrar que el inconsciente teje perpetuamente un vasto sueño que, imperturbable, sigue su camino por debajo de la conciencia, emergiendo a veces durante la noche en un sueño o causando durante la jornada singulares y pequeñas perturbaciones.
El hombre lleva siempre consigo su historia toda y la historia de la humanidad. Ahora bien, el factor histórico representa una necesidad vital, a la que ha de responderse con una sabia economía. Ha de concederse su derecho de expresión y de convivencia a lo preexistente.
C.G. Jung
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