Es nuestra responsabilidad abrazarla, comprenderla, escucharla, darle amor, y sobretodo apaciguar sus miedos desde la comprensión. La mente solo quiere ser, manifestarse, expresarse, de igual forma que la dualidad en nuestra realidad.
¿Cómo hacerlo?
Observando a nuestra mente sin juzgar:
Todo esta bien, déjate ser, dime, te escucho.
Dejándola SER expresándose a cada instante, escuchándola y atendiéndola:
Te escucho. Te comprendo. Estoy aquí. ¿Qué necesitas?
Decretando:
Gracias por acompañarme y realizar tu función, tu función es la de llevar a la acción los deseos de mi alma. Tu eres la que sabe como materializar los deseos y propósitos del alma en esta realidad terrenal. Tu opinión es valida, seré yo quien discierna el camino a escoger en conexión con el alma y el corazón.
Agradeciendo:
Gracias, gracias, gracias por estar siempre aquí. Por acompañarme en mi próposito. Yo te escucho, te comprendo, confía y luego ya juzgaremos, vamos a confiar juntos, yo te ayudo. Confía, confía, confía.
Recordando:
Todo tiene siempre un propósito mayor, mayor del que nuestra mente a veces puede comprender, porque el propósito lo sabe, entiende, y comprende el alma, y es la mente la que en unidad con nuestra alma llevaran a cabo el propósito escogido antes de encarnar. La perspectiva en la que observamos las situaciones, emociones, palabras, pensamientos y acontecimientos, son la clave. La coherencia entre lo que decimos, hacemos y pensamos es la base de nuestro equilibrio, y ello lo lograremos con UNIDAD INTERNA.
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