Reflexión:
Buenos días queridos hermanos y hermanas, comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc…
La infidelidad se pone de nuevo de manifiesto, es la soberbia que embota el alma del hombre, esa soberbia que experimentó Adán y que se sigue manifestando hasta hoy. La soberbia abre la puerta a los demás pecados, porque la soberbia altera la humildad. Mientras que la soberbia es un pecado capital que consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios; mientras que la humildad es la virtud moral por la que el hombre reconoce que de si mismo solo tiene la nada y el pecado.
Por tanto, la soberbia hace del hombre una sobrevaloración de sí mismo, que se ame más de lo que debe, y con esta auto apreciación el hombre está propenso a ejercer cualquier otro pecado, como el rey Salomón, quien ensimismado en su sabiduría y riqueza que le trajeron cientos de mujeres extranjeras, cayó en otro pecado: la infidelidad. Así, la soberbia abrió la puerta a la desobediencia (No tendrás otros dioses fuera de Mí. Ex. 20) y luego a la infidelidad al rey Salomón; es decir, que la «soberbia» entra en el corazón del hombre y luego éste actúa con «desobediencia» ante La Ley de Dios, y acto seguido ejerce el siguiente pecado, que en el caso del rey Salomón fue la infidelidad a Dios.
Así la soberbia abrió la puerta de la desobediencia a Adán, así la soberbia nos puede abrir la puerta a otros pecados y con ello el justo castigo por nuestras miserias, por nuestras culpas, para restituir la corrupción del alma.
Y para combatir a la soberbia, apelamos a la humildad en la que nos reconocemos miserables pecadores, dependientes de Dios, porque solo tenemos la nada y el pecado, porque Dios Es el que nos da todo lo bueno que necesitamos. Así el hombre tiene el gran escudo contra el pecado, siendo humildes reconociendo que no tengo nada y la condena me espera si no dependo de Dios. Con este pensamiento, puedo llegar al momento de la práctica, cuando sea tentado, reconociendo que si desobedezco en materia grave, estoy fuera de la gracia de Dios porque el pecado es así: “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín). Pues por el pecado el hombre que hablaba y convivía con Dios porque vivía en santidad lo dejó de estar, dejó de hablar y convivir con Dios, porque el hombre en santidad estaba a imagen y semejanza de Dios, sin pecado, es decir, estaba en gracia de Dios. Esta gracia de la santidad original era una "participación de la vida divina" (LG 2).
Por eso hermano y hermana, el salmo nos dice hoy: «Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia.» Siendo pues, el derecho, es decir, el estatuto, el Mandamiento de Dios lo que tenemos que respetar para no salir de la gracia de Dios, practicando siempre lo que es justo, lo que es santo. En otras palabras, respetemos La Ley de Dios y practiquemos la santidad.
Así nos pide El Sagrado Evangelio de hoy, el anhelo de la santidad con la humildad, pues, una mujer extranjera, porque era sirofenicia pedía a los pies de Cristo nuestro Señor, curase a su hija que tenía un demonio inmundo. La mujer actúa con humildad y aunque El Señor Jesús manifiesta «"Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perritos el pan de los hijos."»; es decir, que tienen que ser curados y anunciados del Evangelio, el Pueblo de Israel; la mujer interpela al Señor diciendo: «"Tienes razón, Señor; pero también los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños."» Es decir, que todos están llamados a ser sanados y que se les proclame El Evangelio.
Una llamada de súplica con fe y humildad para lograr la sanación de la enfermedad y con ello la sanación del alma, pide la madre de la niña enferma al Señor Jesús, no obstante apela a una mayor humildad, reconociendo que no es ella ni su hija parte del Pueblo de Israel elegido de Dios, pero que ellos también necesitan y tienen hambre de Dios; pues, Dios es Padre de todos los hombres.
Por tanto querido hermano y hermana, con la humildad, Dios nos regala la santidad, es decir, vivir en Su gracia, Su amistad para lograr La Vida Eterna.
Que Dios los bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en sus vidas.
En el nombre del Padre, etc…
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