Vete y no peques más
“Ni yo te condeno. Vete y, desde ahora, no peques más”, Juan 8:11.
En Juan 8:1-11 encontramos la historia de una mujer que fue sorprendida en el acto mismo de adulterio. Unos escribas y fariseos trajeron ante Jesús a esa mujer. Lo extraño es que sólo trajeron a la mujer y no al hombre, porque para cometer adulterio se necesitan dos personas ¿Cierto? Tal parece que los religiosos lo único que querían era probar a Jesús.
Esos líderes religiosos siguieron a Jesús a lo largo de todo su ministerio, poniéndolo a prueba con preguntas mal intencionadas con el fin de tener de qué acusarle. En esa ocasión interrumpieron su enseñanza en el templo y le preguntaron “¿Tú, pues, qué dices?” (v.6). Ellos querían que Cristo dijera alguna cosa que pudieran usar en su contra (v.6). Le citaron la ley de Moisés que dice que, si alguien cometía adulterio, debería morir (Levítico 20:10).
Si Jesús decía “Déjenla ir” entonces hubiera parecido que violaba la Ley Mosaica. Por el contrario, si decía “apedréenla” entonces Jesús hubiera parecido muy severo, quebrantando la ley romana (porque los romanos habían quitado a los judíos su derecho de ejecutar gente por motivos religiosos). Así que, ambas respuestas eran acusatorias.
Jesús, en su infinita sabiduría, no dijo qué hacer con la mujer; en cambio, se volvió en contra de quienes la acusaban y respondió a sus preguntas tramposas diciendo: “El de ustedes que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” (v.7). La conciencia acusó a aquellos hombres que gustaban de hallar pecado en los demás, pero no en ellos mismos. Uno a uno, los acusadores, fueron abandonando el lugar hasta que no quedó nadie más que Jesús y la mujer.
Es cierto que, de acuerdo con la ley, el apedrear a aquella mujer hasta su muerte hubiera sido el castigo legal por su pecado; pero sabemos que Dios es misericordioso y paciente para con el pecador y que no quiere que ninguno se pierda y que todos procedamos al arrepentimiento (2 Pedro 3:9). Si la respuesta inmediata de Dios al pecado del hombre fuera el castigo justo y merecido, ninguno de nosotros sobreviviría. ¡Gracias sean dadas a Dios por su paciencia!
Ahora bien, Jesús no sólo perdonó a la mujer diciéndole: “Ni yo te condeno”, sino que agregó la exhortación: “Vete y, desde ahora, no peques más” (Juan 8:11). Esa es misericordia acompañada de exhortación. Es perdonar y llamar a la persona a convertirse. Es volverse de una vida de pecado a una vida convertida a la santidad.
Siendo honestos sabemos que ninguno ha dejado de pecar una vez que se ha convertido al cristianismo. Por supuesto que, ahora en Cristo, nuestra actitud hacía el pecado es diferente a la que teníamos antes de Cristo: ya no pecamos porque sea el deseo del nuevo yo, pero por el pecado que mora en nosotros (Romanos 7:17), por la inclinación de nuestra carne a pecar. Así que, es cierto: es inevitable que el pecado se siga manifestando en el creyente de alguna u otra manera. Entonces ¿por qué Jesús le pidió a la mujer que hiciera algo que no podía cumplir, es decir, el no pecar?
Lo que Jesús estaba expresando a la mujer que acababa de perdonar era el deseo que hay en el corazón de nuestro Dios y que es el mismo que Él tiene para todo creyente: que no peque más. Es similar al deseo que Dios expresa en 2 Pedro 3:9: no quiere que nadie muera, sino que todos se arrepientan. Sabemos que, en la práctica, eso no va a suceder, que hay gente que no se arrepentirá y que morirá; pero no deja de ser un anhelo del corazón de Dios el que nadie muera.
Dios no quiere que pequemos más, no sólo porque eso le ofende, pero también por el daño que el pecado ocasiona en nosotros. El daño principal es para el creyente ya que el pecado lo separa de Él (Isaías 59:2). Por eso es por lo que Dios odia tanto al pecado. Lo aborrece porque ¡nos ama! Porque no quiere que seamos dañados por el pecado.
De esta historia también podemos extraer la enseñanza de que el perdón de Dios, y el vivir bajo Su gracia, no nos concede licencia para seguir pecando. No tenemos permiso para infringir la Ley de Dios. Al contrario, el verdadero creyente en Cristo desea, por sobre todas las cosas, ser obediente a Dios y cumplir sus mandamientos.
La voluntad de Dios es que los cristianos no pequemos, que no quebrantemos sus mandamientos.
¡Bendiciones!
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