En el programa de hoy nos vamos a aproximar someramente a la historia del paseo de Ruiseñores, una de esas antiguas zonas de la ciudad cuyo tránsito por el siglo XX fue toda una experiencia urbanística y arquitectónica de la que hoy apenas si queda la memoria de cómo fue, ni valoración del proceso por el que se ha convertido en lo que hoy es.
Si nos vamos algunos siglos atrás en el tiempo, el actual paseo de Ruiseñores formaba parte de la antigua red de caminos de acceso al sur de Zaragoza y estaba integrado en el camino de Cuarte, ascendente desde los caminos del Sábado y de las Torres, en una zona encajonada entre la acequia de las Adulas fluyendo al aire y los acusados desniveles del monte de Torrero. La llegada de agua a la ciudad mediante la ilustrada obra del Canal Imperial aquí también descompuso la previa red de caminos, que hubo de reordenarse en función de los pocos puentes tendidos sobre el Canal. En este caso, el antiguo camino que nos ocupa quedó dividido en dos ramales, uno paralelo a la acequia de las Adulas y el camino a Cuarte, en dirección al cabezo de Buenavista, y otro corto mucho más secundario que ascendía la acusada pendiente hasta desembocar en el Canal Imperial.
Así fue hasta que a mediados del siglo XIX el aprovechamiento del agua del Canal con fines industriales comenzó a transformas unas propiedades hasta entonces muy periféricas y apenas pobladas por algunas torres de campo. Al principio de la década de los años sesenta de ese siglo el camino aparece ya señalado como “Paseo de los Ruiseñores”, una prolongación del paseo de Cuéllar ascendente hacia el Canal, y con una de las primeras instalaciones industriales harineras de la ciudad: la fábrica de Mendívil, que unas décadas después sería denominada como “La Imperial de Aragón”, y que estuvo en funcionamiento hasta el comienzo de los años ochenta del pasado siglo XX.
A finales del siglo XIX el entonces camino de Ruiseñores fue pensado como una oportunidad de negocio inmobiliario que podría aprovecharse del tirón especulativo asociado al ensanche vertebrado hacia el sur por el paseo de Sagasta, para dar en él cabida a viviendas unifamiliares tanto de primera como de segunda residencia de algunas de las más poderosas familias de la elite económica de la Zaragoza de la época. De esta forma, en 1903 comenzó la parcelación del denominado “barrio de Ruiseñores” con una iniciativa privada impulsada por el emprendedor Santiago Canti Polo, que encargó al ingeniero Manuel Isasi Isasmendi el diseño de seis singulares hotelitos o viviendas unifamiliares construidos en una propiedad suya delimitada entre el paseo de Ruiseñores y los nuevos depósitos de agua diseñados por Ricardo Magdalena. La publicidad de la época utilizaba como reclamo para su venta (por 25000 pesetas), o alquiler (1250 pesetas al mes), la cercanía del tranvía de Torrero, recién electrificado, y la ubicación en una zona “de higiene y salubridad verdaderamente excepcionales”. Resulta interesante que en aquél entonces (albores del siglo XX) la opción del alquiler no significara, como tiempo después, aun hoy, que “alquilar es tirar el dinero”.
En 1904 fue aprobado por el Ayuntamiento el plano de alineación del paseo, y en unos pocos años después el “barrio de Ruiseñores” contaba ya con diecisiete viviendas de la alta burguesía zaragozana, construidas en formas singulares y estilos al gusto de la época: con rasgos de modernismo, eclecticismo, historicismo, regionalismo... Además, y tras la Exposición Hispano-Francesa de 1908, el Jardín Botánico de la ciudad dejó las instalaciones de la antigua Huerta de Santa Engracia y fue ubicado en este paseo, en el punto en que se bifurca con el antiguo camino de Cuarte. Durante la década de los años veinte continuó la construcción de viviendas unifamiliares de próceres y prestigiosos miembros de la elite local, y a este proceso se sumó el de concentración de diversas instalaciones educativas de nueva fábrica, como el Colegio Pompiliano de las Madres Escolapias, y la Residencia de Estudiantes de la Universidad de Zaragoza, inaugurada solemnemente por el rey Alfonso XIII en 1925.
Esta concentración de notables edificios y viviendas unifamiliares continuó creciendo, especialmente en la década de los años treinta, al comienzo de la cual fue construido el referencial “Restaurante de verano de Francisco Gargallo”, o “Restaurant Ruiseñores”, todo en un hito en el gremio de la restauración de la Zaragoza de esos años, pues se convirtió en ineludible punto de reunión de los turistas de entonces que venían a visitar la ciudad por el placer de hacerlo, con muy buenas vistas de la ciudad desde su terraza y salones. Además, fue lugar de moda para comidas, cenas y celebraciones varias, así como espacio de baile.
Muy cerca de este “Restaurant” fue construida la denominada “Casa del Poeta”, una curiosa iniciativa que por suscripción pública levantó en terrenos municipales una residencia para la familia del poeta Alberto Casañal Shakery. No tenía la presencia formal de las otras viviendas de familias bien, pero el hecho de que durante unas décadas Zaragoza contara con una “Casa del Poeta”, es un hecho verdaderamente singular que, por desgracia, ya es solo memoria.
Además, uno de los cercanos hotelitos de principios de siglo diseñados por Manuel Isasi Isasmendi fue habilitado temporalmente como “Casa del Niño”, durante años el único internado para atención y cuidado de la salud de los niños de la ciudad. Y no muy lejos estuvo enclavado el internado del Colegio Academia Estudio, en otra de las singulares construcción de la zona.
Entre las viviendas unifamiliares construidas en esta prodigiosa década de los años treinta hay que reseñar dos de los más importantes ejemplos de la arquitectura racionalista zaragozana, y aun española: la casa de Pedro Hernández Luna, actual Clínica del Pilar, y la casa de Matías Bergua Oliván, hasta finales del año pasado sede del Centro Territorial de Televisión Española en Aragón.
Sin embargo, en las décadas siguientes la imagen descrita del antiguo paseo de Ruiseñores se fue desvaneciendo como si hubiera sido el sueño de una noche de verano. Como dijimos en el anterior programa, sin necesidad de invasión armada extranjera o conflicto bélico interno, casi todos los edificios referidos fueron siendo derribados y sustituidos por nuevas construcciones más modernas y seguramente mejor aprovechadas desde el punto de vista inmobiliario. En los años sesenta, por ejemplo, fue derribado el “viejo” edificio de la antigua Residencia de Estudiantes, en desuso, y fue construido en su lugar del Instituto Femenino Miguel Servet (actual Instituto de Educación Secundaria del mismo nombre). Durante estos años también se construyó algún edificio interesante, por supuesto, como el bloque de viviendas de los números 14-16, representante de la moderna arquitectura del desarrollismo de finales de los años sesenta, cuya altura de diez plantas, comparada con la escala de las viviendas unifamiliares que caracterizaban esta zona, resulta sintomática del radical cambio de paradigma urbanístico producido en este paseo. Los años setenta fueron especialmente inmisericordes con el antiguo paseo de Ruiseñores, cuando varios de los antiguos hotelitos fueron derribados para dar paso a modernas y selectas viviendas seriadas y adosadas, aunque el destrozo continuó después aun en los pocos edificios catalogados y con alguna consideración de interés patrimonial, como sucedió en 1994 con “Villa Alta”.
Finalmente, una consideración: si este paseo de Ruiseñores suele ser considerado como una prolongación del paseo de Sagasta, hay que lamentar que, a diferencia de él, apenas quedan referencias edilicias de lo que fue originalmente, así como tampoco parece haber demasiada atención centrada en el estudio de su pasado, un pasado muy reciente que, sin embargo, pareciera que no hubiera sido, que como reza el clásico soneto, “fuese, y no hubo nada”.
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